martes, 1 de diciembre de 2015

Del Facebook y otras perversiones





Hoy es uno de esos días, en que a pesar de los pendientes que cuelgan de la pared, hice un alto en el asfalto y retrocedí. Rebusqué entre los recuerdos que guardo, esos pedacitos de piel que he ido dejando en el camino: incrustados en fotos, en recuerdos, en una que otra basura invernal.

Yo ya no solamente siento el cielo y el cuello más liviano, sino que se me oprimen un poquito las cuerdas vocales al verme y al verte. Miro entonces para adelante y me descubro más grande, menos bella. Más Audaz y menos locuaz. 

Aún experimento y retoña en carne propia la felicidad que siento al caer en un tobogán cuando escribo. Como si me quedara sin aire. Me llama Luz, debo contestar, es imperativo. Vuelo. Lo único que sé y que es cierto es que es que ahora, irremediablemente, son menos las palabras. Menos los amigos. Cada vez menores las tristezas. 

Qué felicidad, recorrer mientras llueve, este diario virtual que nunca y siempre supe, estaba escribiendo para recordarle de vez en vez, a la Valentina que cada tiempo existe, muta y vuelve a existir, quién es, quién soy y cómo hemos, ha y he, cambiado con los años.

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