miércoles, 28 de enero de 2015

La Lámpara y el Aviador

La Lámpara
Ella era una lámpara, y como toda lámpara -para que suene bien al leerla-, estaba fundida. Literalmente apagada, colgando sin vida desde un clavito vertical que la sostenía en la nada. Inmóvil ante el paso del tiempo, del viento y de las cabezas que de vez en cuando la ignoraban y la ponían a danzar en mitad del cielo.

La compramos en un mercado lleno de pulgas, y todo porque mi hermana buscaba entre los recuerdos olvidados de un Japón que sabe a salsa y sal marina, la respuesta a todas las preguntas que le colgaban de las pestañas. Ella se trajo entonces al Japón violetta y de papel, y pensó haberse encontrado allá en donde muere el sol.  La historia le demostraría años después que su hogar estaba justo ahí donde nace el sol cada que amanece: en sus pupilas.

La colgó sobre su cama, como quien cuelga un atrapasueños esperando que el fantasma de un indio llegue a cazarle las pesadillas. Ella necesitaba un mapa, y quería trazarlo en el cielo como quien deja un camino de estelas en el mar. Ya lo hizo. Sola. Sin la lámpara, sin el indio blanco y sin el lobo. Se fue y la dejó a su suerte. La lámpara entonces se extinguió porque sabía que tenía que llevarle los pesares a alguna parte, el problema era que no tenía mapa. El mapa lo tenía ella y se lo había llevado tatuado en su lengua. Entonces se apagó.



El Globo
Él era un juguete extravíado, y como todo juguete -para que no suene mal al leerlo- estaba hecho de recuerdos y frustraciones. Hecho de olvido. Era un juguete de esos esculpido a pulso. Que alguien en un taller de película y empolvado, puso todo su empeño en delinear, lijar, afinar, soldar y pintar. Era hermoso y llegó a nosotras desde el sur. 

Le dijeron que era bueno, que servía, que tenía que volar muy alto. Maldito el día que lo pusieron a soñar. Le habían escrito con tinta algunas palabras en el norte; del sur le colgaba el mundo; y al oriente y occidente le instalaron un par de alas. Llevaba una brújula por corazón: una rosa hecha de viento.

No teníamos claro el por qué de su llegada. Tal vez había aterrizado para darle la bienvenida a los nuevos aires que se escondían y que soplaban en una boquita incólume y coqueta; o tal vez para aterrizar los sueños que colgaban de nuestros tobillos. Solo sabemos que llegó y que lo colgaron en la puerta, luego en un rincón. Estuvo debajo de la cama y en el tocador. Le arrancaron el cielo, le apagaron la luz. 

La Lámpara y el aviador
Siempre estuvieron colgando del mismo punto. En el centro. Abajo y a la Izquierda, Arriba en el Plafón. Del cielo y las estrellas. Siempre en reversa. Siempre conexos. En Piezas y estadios diferentes. El asunto era que si vos los mirabas a través de la ventana, eran los mismos, pero con diferentes lentes. Ella: enclaustrada entre unas rejas verdes, y él, con una jaula hecha de sombras pintadas en la pared.

Él ya tenía los cables enredados a causa de los vaivenes de la vida: comenzó siendo exhibido y admirado, pero con el tiempo, otros juguetes con menos pintura y más vida le suplantaron, y entonces pasó a esconderse entre zapatos viejos y muñequitas de cartón.

Aún cuando estuvo perdido y relegado al olvido, entre el desorden y las plumas que se iban acumulando con los años, sobresalía el rizo imantado de dulce y plata con el cual alguna vez estuvo colgado al cielo. El asunto con la lámapara era algo impreciso y sólo debo decir que durante una temporada la doblaron detrás de un cuadro.

El buscaba su puerto entre herrajes, pompones y cuentas de ábaco viejo.
Ella se olvidó de su brillo. De las estrellas que escondían sus dientes al bailar. Del esqueleto de plata con el cual estaba hecha.

Un día -cantando- decidí hacerle caso a la brisa y colgarlos juntos. Del mismo punto. Bajo el mismo cielo. El resultado es un hermoso globo aerostático y gigante, lleno de luz y de sombras. Lleno de verdad. El resultado es un cuadro renacentista, una xerografía de Verne. Es una historia hecha de papel. El nació para ser contado. Ella nació para contar.

Les regalo mi cielo.
Gracias por leer.
Gracias por leerme.



lunes, 19 de enero de 2015

UNA ORACIÓN EN LENGUA MATERNA


Voy a escribirte estas líneas aún cuando siento mil ojos y una espada de hielo y fuego atravesándome en la espalda. Aún cuando todavía me dejas sin alma y sin aire de sólo encontrarte mirando lejos, perdido entre tus recuerdos de hierro y suelo. De tierra.

Dicen amor que la sonrisa es el idioma universal. Que nos abrimos y cerramos puertas cuando sonreímos. Que construimos y tejemos los hilos de plata que nos unen con los demás... que eso lo hacemos con la sonrisa: tejernos los unos a los otros en una manta infinita de sonrisas y no sonrisas.

Yo hoy no quiero hablar de tu no sonrisa, simplemente porque no viene al caso. Basta con decirte y repetirte que yo sé y entiendo y estoy segura que he vivido tu sonrisa a través de tus ojos negros, a veces miel. Que sonríes cuando callas y no porque estés ausente ni porque ningún beso te haya robado o cegado la boca. Tu realmente sonríes cuando estas lejos. Ese es tu idioma universal: Tu silencio de estrellas.

Hoy quiero que ambos aprendamos un idioma que pensamos es desconocido. 

Sé que tienes mil intenciones en la cabeza, pero cuando el tiempo se te escape por entre las manos como un puñado de estrellas de arena, quiero que te sientes al lado de un camino viejo y escuches. Quiero que te detengas en el tiempo y sientas lo que yo sentí cuando escuché estas palabras que creemos que no entendemos. Si las lees, tal vez podrás encontrar el mensaje escondido entre sus notas. Gracias por la vida amor, por la vida y la sonrisa que cuelga de tus manos cuando besas.

Si de pronto las palabras aparecen en otras bocas y con otros labios y recuerdas otros cielos, siempre es bueno volver a lo esencial. Volver a la lengua y a los cuentos de infancia, volver como una oración en lengua materna que nace en nuestras gargantas cuando nos decimos que nos amamos. Como una oración que repetimos a ciencia cierta sin siquiera pensarlo, como sacando una cuenta por palabra, un rosario por apuesta. Una a una salen las palabras sin siquiera notarlo. Je T'aime Je T'aime, Yo te amo.

"Te quiero amar como nadie jamás te amó, Te quiero amar más allá de lo imaginado en tus sueños. Te quiero amar. Te quiero amar. Te voy a amar como nadie jamás se atrevió amarte.Te quiero amar así como me hubiera tanto querido ser amado. Te quiero amar. Te quiero amar."