domingo, 12 de octubre de 2014

Laura: Así no quiera, yo voy a soñar con usted





A las Lauras del mundo hay que agradecerles por la risa.
Por los dientes y la lengua.
Por las palabras.

Hay que agradecerles por la cintura y las piernas llenas de angustias y de sangre. Las Lauras conocidas caminan con unas alitas tatuadas en los tobillos (¡que me encantan!) y sonríen con una candonga enredada en los labios (¿Cómo será besarlas?). Hay días en los que se ponen en la cabeza una corona de laureles con granitos de mostaza, y esto porque hay días en que ellas se creen reinas sin tierra y sin lacayos. Reinas de tierra y no de agua, porque a las Lauras no les gusta que las bañen con sal. ¡Cuidadito y las invita al mar! Si usted las pone a llorar son capaces de arrancarle los ojos en un mordisco. He escuchado historias de las Lauras del mediterráneo, dicen que una de ellas llegó a querer tanto, que mató  con un beso afilado a quien le rompió el corazón. Yo le recomiendo que no las toque. A ellas lo mejor es dejarlas dormidas en la inconsciencia.



A Laura, a mí Laura la Laura mía, hay que agradecerle por la fuerza que tiene en su lengua. Con ella es capaz de cargar un ladrillo hasta 2 metros 30. Hace anclar barcos en la nada tirando de las cuerdas con la boca, y además (¡y esto es lo más impresionante!) puede hacer nuditos en la punta de la lengua con los hilos de las tristezas que le va a robando a la gente. El asunto con Laura es muy simple: a ella le gusta tejer letras en la piel de las personas. No importa si duele, si molesta, si de pronto sangra. A ella le gusta, y a mi también. Yo la dejo ser, porque ella me deja ser.

 Para empezar tengo que contarles que la señorita tiene el pelo rojo. Tiene pecas en las tetas y en la nariz, un lunar grande en la espalda, y una cicatriz. Laura tiene una voz carnosa, del color de su pelo, del olor de su piel. Laura no tiene vergüenza, no le gusta el mar. Usted puede comprarla con una flor de Azafrán o el pedacito de una estrella de mar y si la ve caminando de noche, así como como medio bailando, medio soñando medio volando, le va a ver en la cabellera un montón de punticos grises y perlados. Una maraña de estrellas llenas de gatos que se creen alfileres. Vuelve y juega: una corona inventada para una reina sin reino y sin dios. 




Cuando Laura me ve triste (que es muy amenudo) tiene un ritual: Primero se rasca la cabeza. Busca entre su pelo algo escondido y cuando lo encuentra sonríe.  Me muestra entre los dedos una aguja que en vez de un ojo común y corriente, tiene un ojo de gato por el cual seguramente pasaría un camello. Se mete la aguja entre los dientes y me toma de la mano.

Póngale la cara que usted quiera, ella se me acerca a la altura del cuello y empieza a mirar la camisa de seda que llevo puesta. Se demora un momentico en encontrar la hebra que sobra y con un mordisco la arranca a la altura de mi seno izquierdo. Mientras lo arranca me mira. A mi me gusta que me mire, ella no sabe pero mientras lo hace yo siento como me besa en la frente con los labios medio abiertos. A mi me gusta porque ella no me toca, y mientras le brillan las pupilas, con algo de decencia y algo de cinismo arranca una hebrita que coloca sobre su lengua. Finalmente la henebra y empieza a hablar.



"No esté triste" me dice, "deje de volverse agua que se va a confundir con el mar".

Voltea la muñeca y me toca las venitas que sobresalen por entre la piel. "A mi me gustan tus muñecas, muñeca", me dice y me entierra la aguja en toda la mitad. "Ya no duele" le digo, "Yo ya soy grande", repito en voz alta como quien quiere creer que ya creció. La aguja atraviesa por debajo de la piel como si me estuvieran arañando las encías. Como si esa aguja estuviera metida entre los dientes. Después me mira y vuelve y sonríe. Hace un nudo y jala el hilo. Yo ya no sangro, y ya no lloro. Ya no bailo tampoco, desde hace un tiempo dejé de bailar, pero ella sigue. Ella sabe.


Cuando Laura tenía 7 años su mamá le enseñó a tejer. Primero fueron lienzos, portavasos, pequeñas carpetas para la casa. Después fueron bufandas, medias y escarpines. Con el tiempo olvidó el arte de los tejidos con lana y prefirió el hilo. "Lo que pasa es que el hilo se asemeja al cabello, y el pelo de una mujer guarda secretos que nunca serán posibles de conocer si no se les consiente". Por eso a Laura le gusta peinarme.

Cuando estoy triste, que es muy seguido y a menudo, me quedo con las palabras arrumadas en la garganta y entre los dientes como piedras lamosas. Ella entonces no pregunta. Simplemente se sienta a mi lado y me empieza a peinar. Ella no me ha tocado una hebra y las lágrimas ya brotan en un río de sal y de angustias, antes de que la niña Laura me acaricie los demonios de la cabeza. "Yo he encontrado infidelidades enredadas en la sien, amores escondidos debajo de la nuca, amistades enfermizas hechas un nudo bajo las orejas" y me contó que un día encontró un pedacito de muerte trenzada en el pelo blanco de una bruja buena. Ella hizo caso omiso y volvió y la cubrió "hay cosas que es mejor no peinar", me dijo. Y se quedó conmigo hasta que las angustias se fueron todas con el viento.

El día de su partida fue un jueves. En el aire el olor a sándalo se confundía con el de la lluvia acabadita de caer. La ventana estaba inmensa, igual que el cielo y la tormenta vendaval que se aproximaba. El balcón desierto, la lluvia en la cara y en mis ojos. Laura lo vio todo. Ella no soportó el egoísmo y decidió marcharse. No escuché la puerta cuando se marchó. Supe que se había ido un año, tres meses y 14 días después.


Yo necesito que alguien la encuentre. Laura era la que me podía reconstruir en momentos de extrema desesperación. Hace unas noches, después del fatídico día en el que por un beso en la boca la perdí, yo necesitaba tenerla conmigo, entonces busqué entre mi cabeza las agujas que ella tenía para empezar a tatuarme en la piel las palabras de la cordura, pero no estaban. Busqué entre mis zapatos, en las medias viejas, por debajo de mi piel, entre los libros y el polvo. Pero las guías no estaban, todas todas se las había llevando ella en la boca. "¡¡¡Laura!!!" le gritaba, "Laura vueeeeelvaaaaa, Vuelva que yo no lo voy a volver a besar, se lo juro". Tuve que pararme en el alféizar del balcón con los pies descalzos a ver si de pronto ella me podía ver, pero nada. No volvió.

Lo último que me dejó fue un pedacito de piel ya tejida que reza "Valiente" en el cuello, y en la muñeca derecha una palabra a medio terminar. Tienen que decirle que vuelva, yo estoy sentadita en la ventana esperando su regreso, con los labios secos y la lengua roja. Todavía estoy descalza, porque necesito pensar mientras ella vuelve (y para pensar, uno tiene que descalzarse). Necesito sentir la tierra mojada que crece en el balcón. Digánle que la palabra hay que terminarla. Que de nada sirve la Lu sin la zeta que la alimenta. Digánle que tengo la camisa llena de hebras disparejas, y que extraño las pecas de su nariz, la belleza de su lengua, sus dientes afilados.

Si de pronto la ven por la calle como a una loquita sin dueño, sabrán que es mi Laura. Entonces ustedes rápidamente tienen que mirarla de frente, cogerla del pelo y decirle Laura. "Laura, Laura de Valentina". Vuelva por favor. Esta niña tiene en el escritorio una hoja en blanco que espera su regreso. Vuelva que Valentina tiene la boca llena de piedras y el corazón de hierbas. Vuelva Laura. Vuelva que ella ya no sueña, ya no come, ya no vive. Vuelva que usted es la única que puede tatuar en la piel las palabras que ella no puede decir.

Si Laura vuelve, y vuelve gracias a usted, yo puedo prometerle un cuaderno de manuscritos, un versito en la boca. Un poema en la pared, y de pronto, si el tiempo lo permite, un por siempre en el nochero.

Gracias,

Valentina



En un mundo paralelo en el que la adolescencia es ardiente, la sangre es bonita, la noche es tan luminosa como el día, y la muerte se convierte sólo una etapa más de nuestras vidas, a la que para nada deberíamos concederle tantas lágrimas

Las Fotografías utilizadas para este texto son de la señorita Laura Makabresku. Tomadas de: http://www.playgroundmag.net/noticias/jack-daniels-independent-spirit/fotografa-encontro-erotismo-solo-oscuridad_0_1303669630.html

lunes, 29 de septiembre de 2014

viernes, 3 de enero de 2014

MartaMujer con Manos de sangre, de viento y Mar



A mí su voz se me apetece cercana y las palabras que ella enreda entre las cuerdas de su guitarra, son las mismas palabras que a mí me gustaba enredar entre las hebras de mi cabello: mar, sal y arena, algodón, ron, vela y espera. Tierra, garganta, sangre, piedra y madera.

La conocí en mi viaje a Cleveland, no había llegado el Otoño y Marta ya calentaba con su voz rasgada la inmensidad de esa llanura que se me antojaba propia. Marta es toda semilla, toda naranja verde, camino rojo y café oscuro. Mujer de Otoño y ojos grandes. Con las manos cansadas de tanto rasgar con su guitarra las coplas de una historia que a todos nos cuesta en la memoria. 

Marta vive con un país atravesado en la garganta que le salta por los poros como una rana en miniatura de mil colores, un pedacito de patria que en sus ojos castaño oscuro salta como una piedra que da tres tumbos sobre el agua. Son sus ojos el reflejo que deja esa madre piedra enclaustrada en sus pupilas de avellana.

A mi ella me recuerda una canción de cuna que tenía un antifaz, algo de mirella y mucha caña de azúcar. No me preguntés cómo se llama, sólo sé que la oí en el valle del cauca. Escuchando su voz de algodón inventada la traje hasta Medellín. Sé que era ella, la que habla del tejido y de la luna. La que carga en su vientre los restos de esta tierra que poquito a poco se ha ido muriendo. Estoy seguro que era ella. Ella cantaba de arlequines y una cajita llena de antifaces. Fue una de sus primeras canciones. Estoy segura.



Para Escucharla: http://www.martagomez.com/

Las mujeres elegantes son mujeres desnudas

Yo a Sol Díaz no la conozco. Sólo me la imagino con una máscara vieja hecha de papel maché pintado a mano. Como son sus historias. Invitadísimos a que visiten su blog http://comoserunamujerelegante.blogspot.com/

A mi me gusta saber que en sus dibujos hay mujeres que dejan el barco y se ven fabulosas tomando el sol ¿Qué problema hay en ello? ¡Salud!