martes, 19 de abril de 2011

RAYUELA JUEGA A LA JUANITA


"A mi la unidad sólo me gusta en un estado", me digo mientras me encrespo las pestañas lisas diminutas, "cuando a veces somos dos en uno mismo... cuando nos fundimos en un abrazo de esos sin tiempo". 

Mientras me muerdo los dientes te digo que me cansé. Empiezo a creer que este mundo no puede salvarse de lo irremediable e insólito, que no puede despojarse de tanto idiota que camina con la frente metida entre el pecho esperando que del cielo caiga algo más que agua. Me cansé del dolor que se mete por entre las carnes y rasga el centro del corazón, de los falsos amigos, de los falsos reflejos. De la maldad enfrascada en una Biblia que predica virginidad y castidad, y de las piernas sin velo, que bajo la mesa, buscan un aumento de sueldo.

Me cansé de ella, de mí. Del cielo que ya no es azul petróleo, de las palomas vivas que se escapan de mi obturador, de los cigarrillos solos, de las luces sin dios. Me cansé de los corazones que sobre un ladrillo gris son pisoteados con prisa, de los ojos que ya no aman, de las manos que ya no sienten, de los dientes que ya no muerden.



Me cansé del tiempo que me surca los ojos y del adiós cuando no espera.

¿Que qué dificultad hay en tener un sólo estado? Preguntas…pregunto, y yo respiro para contestarte que no existe tal dificultad, que simplemente un estado unitario sería tan improbable como si en este instante me diera por gritar a los cuatro vientos que quiero morir de amor.

Mira, yo soy una extraña y maravillosa dualidad, multualidad, variabilidad… soy como el infinito que se pinta de azul, a veces gris, nunca negro y blanco, siempre de color.  No puedo ser una sola, no sería real. Quiero ser una verdad para ti, y esta es mi verdad: lloro cuando me hieren, amo cuando me aman, grito cuando tengo rabia, espero cuando tengo tiempo, escribo cuando siento miedo, escupo cuando la saliva ya no sabe bien… y sonrío cuando estoy con vos.

Pero está bien, si quieres una diosa que no llore, no grite y no suspire de dolor, entonces podes buscarla entre las páginas insípidas de un libro mitológico, o bajo las piedras de una quebrada gris, o tal vez repose justo en medio de esta ciudad y no tenga nombre pero tenga un rostro hermoso y haya dado a luz a 33 niños de apellido Uribe. Eso sí, después no te quejes porque ella no ama, o no muerde de alegría o no llora con saber que estás aquí. Si no rie a carcajadas, si no tiembla de terror o si no siente sobre su lengua el sabor de una estrella ácida, no digas nada.


Dale, búscate tu otra unidad, búscate si quieres tu diosa helada, perfecta, impenetrable. Si tiene piel de vidrio mucho mejor, y si no sonríe, entonces sabrás que ella siempre es una sola, y está como muerta.

La muerte misma avista en nuestros ojos cuando dejamos de sonreír con el brillo que producen los faroles del camino, cuando dejamos de vivir del dolor, cuando dejamos de sentir que alguien nos odia, o en el peor de los casos, nos ama hasta la locura.


Aquí estoy yo: llena de debilidades (miedo al ocaso prematuro, al arroyo sin corriente, al sol sin aguacero, al amor sin condición), llena de colores (amarillo para el sol y las flores, azul para el cielo y el mar, rojo para los arreboles y verde para un campo que no tenga fin. Violeta para el camino, esmeralda para los pies, negro si están tus ojos y un poco de blanco para sonreír), y colmada de sueños (volar, viajar, explotar, caminar, sentir por entre los dedos la arena caliente, llorar de risa, reir cuando me lastimen, caminar desnuda sobre clavos de canela).

La esperanza no está al final del túnel, no es una luz que guíe el ahora para buscar una salida, la esperanza reposa en mi lengua, en mitad del pecho, en medio del sol. Sé que todo saldrá bien, lo sé porque me conozco, porque sé como soy, porque a pesar que el mundo en ocasiones se pinte ante mis ojos de negro y horror, siempre hay una luciérnaga que se avista en el horizonte, que siempre, siempre, es azul.


No me canso tan fácil del mundo. Varias veces he pensado que el camino no tiene más hacia dónde seguir… pero soy maravillosa construyendo puentes (sobretodo si son hacia vos). Mis pies llevan la medida justa del camino empedrado que va hacia el sur. No es tiempo aún de decirle al mundo que no quiero más. No es el tiempo aún para dejar de bailar.

Cuando me canso de los faroles, es porque los he visto alumbrar en medio de una tempestad y descubro que son hermosos. Cuando me canso de ella, es porque descubro que nos queremos tanto que somos capaces de odiarnos por un instante; cuando descubro que me canso de vos, es porque en realidad no me canso en absoluto, sino que todo esto fue una rima idiota para que estas palabras tuvieran sentido.


Si me preguntas qué quiero, la respuesta es muy simple: tiempo y tinto para entenderme.
Si me preguntas si quiero, claro que quiero seguir, conociéndote y conociéndome.

Si te pregunto yo... ¿querrás vos?

lunes, 11 de abril de 2011

LOS PRISIONEROS DEL SILENCIO


No me pidas que calle mis ojos al viento, cuando tengo mis pupilas ardiendo en palabras de fuego. No me pidas que camine sobre arenas movedizas, o que traiga las montañas a tus manos cargadas de sal porque así lo quisiste.

No me pidas que abandone este sueño, que despierte ante la despedida. Que deje mi piel reseca ante el primer rayo de sol. Que empeñe mis manos. No me pidas que me desnude ante un espejo mientras me tapas los ojos y me dices que soy bonita.  No me calles el alma. No me cierres la boca.

lunes, 14 de marzo de 2011

Le Chat Noir



Los ojos de los gatos brillan en la oscuridad porque esconden un espejo en la pupila 
que nos refleja el alma

miércoles, 9 de marzo de 2011

RAQUEL

Marcos odiaba el silencio. Aún más el de las madrugadas. Sin abrir los ojos, sabía que algo escondían esas montañas escarpadas que lo vigilaban tras la ventana de su cuarto. Tan Verdes y ausentes. Tan Impasibles. Aguzó el oído tratando de encontrar algún sonido que le devolviera el aliento. Cerró los ojos y escuchó el rugido breve, ausente pero certero del río. El sonido del agua acallaba el silencio absoluto. Cuando nada escuchaba, sus pensamientos comenzaban a aflorar. Lo volvían loco. A Marcos no le gustaba pensar. 

Abrió los ojos. Raquel aún dormía. Se acercó a su mejilla y le dio un beso. Le gustaba el olor de su pelo rojo, las pequitas perdidas en su cuello, la línea oscura que delineaba su columna. Sus tobillos. Tenía unos pies pequeños, algo perfectos, algo blancos y dulces. Algo Suaves. Quiso acariciarle los muslos pero se contuvo. Eran las 4 de la mañana y tenía que salir en una hora. 



Calentó unas tostadas y se sirvió un café oscuro. Abrió la ventana. Era miércoles. El pueblo estaba desierto. Las calles empedradas delineaban un camino que se perdía en una falda que llegaba hasta la plaza principal. Cerró los ojos y escuchó unos perros ladrar en la distancia. Hacía un poco de frío, "tengo que llevar un saco” pensó y las campanadas de la iglesia le obligaron a partir. Sorbió lo que quedaba en la taza y tomó las llaves del camión. 

Estaba parado en la puerta cuando recordó las pestañas de Raquel. Sus nalgas blancas, su camisón transparente. Quiso volverla a ver, dio media vuelta y sintió un vientecito susurrándole en la nuca. El cuarto estaba a oscuras, “deliciosa penumbra” se dijo y se agachó justo en frente del rostro de su mujer. Las cejas, la punta de la nariz, su boca medio abierta. Imaginó su lengua. Era linda y la quería. Sí que la quería. Demasiado linda como para estar con él. Maldijo el silencio. Recordó la mañana en el parque en que la vio por primera vez, con su vestido amarillo entallado en la cintura, su sonrisa fresca, sus piernas al viento. Raquel. 'Qué linda que sos Raquel ¿Por qué estás conmigo Raquel?' y abandonó el cuarto de un portazo.

Ella estaba despierta. Cerraba los ojos para no tener que verlo. No quería recordar su rostro. Adoraba el silencio porque en él aparecían sus amantes. La cortejaban como se corteja un gato, en el silencio de un matorral impenetrable. 

Con los sonidos en cambio, aparecía Marcos: sus labios en la nuca, sus dedos en la espalda, su calor en la entrepierna. El olor a café molido. No es que no lo quisiera, es sólo que Marcos había cambiado. No podía negar que adoraba sus dientes blancos, sus manos fuertes y sus pestañas inmensas. Pero el tiempo ya había hecho su trabajo y ella no podía mentir más. 


El sonido del motor le anunció su partida. Ahora estaba sola, a merced de las palabras no dichas, de sus fantasías. Tomó la libreta de teléfonos. Deslizó su dedo al azar en medio de la página y susurrando con los labios entreabiertos "de tin marin" y con los ojos entrecerrados “de don pingüé" detuvo su dedo en un nombre: Carlos “cucaramacará títere fue” y su rostro se iluminó en una sonrisa que tenía escrita el nombre del aserrador más guapo de Primavera. 


El teléfono sonó una vez. El hombre aterrizó como un fantasma. Tocó en la ventana. Raquel salió en camisón. Todo fue una serie de eventos que se desarrollaron en silencio. Como un ritual. Le dio un beso en la boca. Ella lo devolvió. Su mano derecha en el cuello, la izquierda entre sus piernas. La respiración entrecortada. Sus dedos surcando rincones insospechados. La ropa en el suelo. Los ojos en el cielo. La boca de Carlos buscando su ombligo, lamiendo sus pantorrillas… besándole los pies. “Me encantan tus pies” le escuchó decir, “¡Cállate!” le contestó en un suspiro. 



Todo debía hacerse en perfecta sincronía. Miércoles, 6:30 a.m. El teléfono. La ventana. La ausencia de palabras. El adiós. Marcos nunca había sospechado. La quería demasiado, la entendía, comprendía sus silencios de alas rotas, sus negativas en blanco y negro, sus ausencias espacio-temporales, su corazón enjaulado y emplumado. Sus ojos verdes que no eran verdes. 

El sonido de la puerta la despertó. Carlos estaba encima, Ella muy lejos de allí. Aguzó el oído y lo supo: las llaves tintineando, el seguro de la puerta al correrse, el eco de sus botas en el pasillo. De repente todo tuvo sentido: los carros en la calle, los perros aullando, los pájaros en el pomar, el río, la vida real. Era él. "¡Marcos!" alcanzó a gritar, y fue como un conjuro para hacerlo aparecer.



El hombre no la miró. 

- Hermano póngase la ropa – le dijo 

Carlos lo hizo. Raquel pensaba en la escopeta que había guardada en el closet. En una caja verde de enchapes en hierro, justo debajo de sus botas negras. 'Si soy rápida alcanzo a pegarle con la lámpara' se dijo 

- Páguele 

Raquel abrió los ojos 

- ¿Perdón? – contestó Carlos 

- ¡Que le pague hijueputa! ¿O a qué vino? 

Otra vez el silencio. El maldito silencio. Carlos esculcó en sus bolsillos. El sonido de los billetes al rozarse chocaron en los oídos de Raquel como un látigo. 

- Sólo tengo 15 mil 

- Déselos 

Y Raquel estiró la mano con los ojos fijos en la chapa del closet. 

***


Las campanas de la iglesia doblaron en la distancia. Marcos abrió la ventana. Raquel aún dormía. “Qué linda que sos Raquel” pensó mientras le besaba el cuello, la cara, las orejas “¿Por qué estás conmigo Raquel?” y su lengua se deslizó sobre sus labios. Ella sonrió por debajo de su boca. Le quito el sostén. Dibujó con suavidad los círculos del infierno en sus pezones. No hubo lunar que Marcos no besara esa mañana. Raquel cerró los ojos con fuerza. Se fue. Eso siempre le sucedía. Comenzaba a perderse en el momento en que comenzaban las caricias. Si la tocaban con la lengua más rápido se desdoblaba. Existía un momento, que Raquel no podía precisar, en el que dejaba de ser ella. Partía. Era otra la que disfrutaba, la que gemía. Otra la que lloraba. Ya estaba acostumbrada. 

Ese miércoles, cuando regresó, estaba sola. Las piernas tensionadas, el cuello enrojecido por tanta rabia en los besos de Marcos. El pecho a reventar. Sobre la almohada, tres billetes de 5 mil pesos con una nota rápida que rezaba “Te Amo”. 









Ese día volvió a fumar. Prendió un cigarrillo de los que Marcos tenía sobre la cómoda del televisor y dejó la alcoba pasada a tabaco. En una caja herrumbrada guardó los billetes y la nota. 


***

Raquel se mató un miércoles a las 6:30 de la mañana. Todo lo hizo en perfecta sincronía. La Ventana. La escopeta. El perfecto silencio. El adiós. Marcos la encontró tirada en el piso. Las cajas de hierro abiertas y en el suelo, incontables billetes de cinco mil pesos que se mimetizaban con los papelitos y los “Te amo” caligrafiados por su puño y letra. Caminó con despacio hasta su cuerpo. Tenía en el rostro unas pequitas de sangre que surcaban el camino de sus ojos abiertos, inmensos como un mar obnubilado. Perdidos en la inmensidad del tiempo con las montañas insondables reflejadas en sus pupilas verdeazulosas-azulverdosas. “Qué linda que sos Raquel”, le dijo al oído, “¿Por qué estás conmigo Raquel?” y en su mano ya inerte depositó tres billetes de cinco mil pesos.




martes, 8 de marzo de 2011

DE GRAMÁTICA Y OTRAS ADICCIONES

Como no te importan las comas, ni las tildes, ni los puntos sobre las íes, yo me comprometo a vivirte sin reglas, sin ilusiones, sin ortografía

lunes, 7 de marzo de 2011

QUE ESTA BOCA ES MÍA

Fotografía por Marcela Pelaez/ http://flickr.com/photos/marcelapelaez

 

'Bonita Boca la que tenés', le dijo mientras le dejaba un beso inservible zumbando en el oído

jueves, 17 de febrero de 2011

EVA

"Eva dudando"-Fotografía de Marcela Peláez Ruiz/http://www.flickr.com/photos/marcelapelaez
Te equivocaste de Nombre.
De amor y de Dios.
De conversación.

Era otro árbol Eva, otros sueños, otros labios.

Te equivocaste de mesa y de horario.
De casa, de barrio y santuario.
De candelabro.

¡Qué sueño, qué imagen, qué viaje!

Te hubieras metido la bendita manzana entre las piernas,
para que no fueras vos la equivocada.
Otra lengua la de la mordida,
otros dientes los de la carnada.

Te equivocaste de Dios. De sueño y de amor.
De tiempo y de historia.
De memoria.

domingo, 13 de febrero de 2011

LAS MARIPOSAS Y EL CARNAVAL

"Mariposas fuera del estómago" - Fotografía de Marcela Peláez/http://www.flickr.com/photos/marcelapelaez 



Pasará el tiempo, los otoños y el recuerdo. Perderé la memoria. Se acabarán las historias.

Regresaran tus amores extraviados, mis besos entrecortados. Cantaré en silencio las canciones olvidadas y esperaré a que se oxiden los besos que tengo perdidos entre la espalda.

Yo partiré dejando los sueños atrás. Quitándome la ropa para que cuando me pierda, siguiendo mis medias vos me podás encontrar.

'¿Qué nos pasó?' preguntarás, y yo te contestaré con un carnaval de mariposas que no querrán regresar.

lunes, 24 de enero de 2011

NÉLIDA

 
Fotografía de JuanAngel Quintanilla/http://canocorralesphotography.blogspot.com/

He estado pensando en Nelida. Intento recordarla. Su imagen se me atraviesa en el horizonte, pero no logro precisarla. Su figura se descubre en un vago recuerdo gris de calles grises: El cielo gris por encima de la ventana gris por la que miran sus ojos grises. La niña gris.

No sé qué habrá sido de ella, la eterna vecina de la Casa Blanca, la de los ojos tristes, la sonrisa pequeña y los cordones gruesos. Nelida no habla, no murmura, ella es una fotografía en blanco y negro acomodada en la memoria. Una imagen inmutable que a veces me asalta el pensamiento cuando me pongo a recordar. Nelida es una escala de grises sentada en la ventana, una sombra parada en la acera... una silueta corriendo bajo el sol. Nelida es de viento, de algodón, Nelida Nostalgia y de cartón.

A los recuerdos de Nelida los embriaga el silencio. Sólo suena en la distancia mi voz gritando por entre las verjas ¡Neeeeeliiiiiidaaaaaaaaa!, como si me estuvieran apretando el estómago,  ¡Neeeeliiiidaaaaaaaaaaaa! , y Nelida aparece en su ventana, sonríe y desaparece. Pasan unos instantes y pienso que sus padres no la dejaron salir. En el fondo el sonido del viento, tal vez el tic-tac de un reloj. La puerta se abre. Sus zapatos saltan como en una rayuela imaginaria, 1-2-3 y sus ojos miran calle arriba, 4-5-6 calle abajo, 7-8-9. No hay carros. Nelida corre. Nelida aparece en mi puerta. En mi vida. 10.

Si alguien la conoce dígale que la recuerdo. Se llama Nelida y tiene los ojos grises. Vivió en  la casita blanca, que aún está en pie al frente de la casa de mi tías, que sólo tiene una ventana. Se fue creyendo que yo iba a ser médica. Se fue olvidando sus zapatos rotos, su delantal a cuadros, el frío corredor de su casa. Yo le decía que cuando grande quería ser "doctora como mi papá" y jugábamos al médico y ella siempre era la paciente y yo le daba agua en gotitas para que se pusiera bien de sus males inventados. Si la ven díganle que ya soy grande, que ya amarro mis cordones y que no me gusta la guanábana. ¡Díganle que no soy doctora! que no soy lo que quise ser. Díganle que crecí, que ya soy otra, otra que no es lo que quiso, sino lo que quiere ser.

Nelida gris, se van como vos. Los días grises, grises como vos.

viernes, 21 de enero de 2011

"¡Qué pudiéramos volar!"


El timbre de la puerta la despertó. Era Darío, quien con sus inmensos ojos miel le dijo "que yo te invito a un concurso de aviones de papel". Alejandra, en un intento por parecer natural a semejante hora del día, apartó sus ojos de los rayos de luz y entrecerrando los párpados y arrugando la nariz le sonrío. Con todos los dientes le dijo que "sí, que vamos". En un parpadeo subieron corriendo hasta el último piso para escribir en hojas de papel sus palabras dulces.

"Que el cielo sea verde", "que los dinosaurios existan", "que la sopa sea de cereal", "que el amor no duela"... y comenzaron a construir aviones con sus deseos. Alejandra quedó absorta en los pájaros de papel que volaban hacia el suelo que para ella era un cielo engramado, un cielo verde. Darío escribió un mensaje secreto que lanzó con rápidez al firmamento.

Alejandra le miró los ojos, las pecas de la nariz. Él notó sus dientes un poco torcidos, el aliento a barrilete y el lunar que tiene en la punta de la nariz. Soltaron una carcajada al viento y salieron corriendo escaleras abajo a ver cuál de los dos alcanzaba a cojer más deseos de papel antes de que aterrizaran. El tiempo pasó. Entierrados y exhaustos de tanto correr, gritar, saltar y caer, decidieron acostarse sobre el prado con las narices al cielo. La noche aterrizó en sus frentes y Alejandra se puso en pie. Las estrellas le anunciaban la hora de regreso a casa: las tareas, el chocolate caliente, su papá en la puerta esperando con el reloj reflejado en las pupilas. Salió corriendo. Darío la vio alejarse: su colita de caballo al viento, los cordones desamarrados, la sonrisa que alcanzó a darle cuando se voltió para gritarle "Mañana nos vemos" y desaparecer por el camino de piedra. Darío no quería volver a casa. Tenía muchas historias que contarle, contarle por ejemplo que a su perro Rex le habían encontrado dos garrapatas esa mañana, o que odiaba su clase de artística, contarle por ejemplo que a veces, sólo a veces, quería jugar con ella por siempre. Dio media vuelta y salió corriendo. Decidió tomar un atajo para llegar más rápido a casa. 

"Engarzado entre las hojas de un árbol, al vaiven del viento y esperando no estrellarse todavía contra el suelo, cuelga una esperanza de papel, una ilusión hecha avión que reza en letra rápida y temblorosa: 'Que me des un beso'"

jueves, 13 de enero de 2011

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR?

Alonso

El sonido de la puerta al cerrarse fue como un click que le cegó el cerebro. Bebió un sorbo del whisky que sostenía en la mano. El hielo sumergido en el líquido terracota le recordó un acantilado breve y certero. No le supo a nada.

En medio de la habitación un pequeño butaco.

Caminó hacia el baño. Se miró en el espejo. Las cejas despobladas, los ojos hundidos en las concavidades insondables de lo incierto. Se obligó a sonreír. Los dientes estaban amarillos. Sacó del cajón que había bajo el lavamanos una cajetilla de Marlboro rojo y prendió un cigarrillo en la vela aromatizante que Elena mantenía prendida en el baño. Era Una vela verde. El olor a yerbabuena se confundió con el humo gris que salía de sus pulmones. Tuvo un recuerdo absurdo, prefirió ignorarlo pero no pudo evitar la imagen de un ángel cayendo y las palabras de Elena levitando sobre el humo calizo “se muere un ángel cada que prendes un cigarrillo con una vela”. Maldita seas Elena, que se mueran todos los ángeles del cielo, se dijo. Y tiró al retrete el cigarrillo a medio comenzar. Prendió uno, dos, tres, siete cigarrillos con el recuerdo de Elena pegado en la frente como un tiro. El último lo degustó sentado en el piso. Tiró la cadena. Ocho cadáveres angelicales, pensó, y con esfuerzo se puso en pie. El Cáncer ya se le había quitado medio estómago, el hígado y ambos pulmones funcionaban a media máquina. Que se lleve todo si quiere Hijo de Puta. Y mirándose al espejo tosió.

Afuera el ruido de la música y las risas estridentes le hicieron dar rabia. Apagó la luz. En la penumbra reconoció sus zapatos, la cómoda vieja, el libro inacabado, las gafas de Elena, la bata de Elena, los encajes de Elena, los calzoncitos de Elena. Elena a media luna, a medio terminar, la Elena interminable y oscura. La fría de Elena. La puta de Elena. Acabó el cigarrillo.

De un trago se tomó el poco Whisky que le quedaba y en la garganta se le anudó un hielo que se deshizo en una exhalación. Cuando la soga se cerraba con fuerza en su cuello el sonido de la puerta le cegó el cerebro. Era ella. Había vuelto para quedarse.

Elena

No quiso voltearse por última vez. Apagó la luz con rabia y salió como si la fueran a matar. Buscó las llaves en el bolso y encendió el auto. Alonso no quería mirarla. De espaldas a la puerta se tomaba el primer trago del día. Degustó el sabor electrizante en la punta de la lengua y jugó con los hielos en la boca mientras ella empacaba. Sonrió cuando escuchó la puerta cerrarse tras de sí. Quedó a oscuras. Las lágrimas le empañaron la vista y soltó el clutch con tanta rabia que el carro fue a parar en el jardín. El rastro de las flores amarillas esparcidas sobre el pavimento fue lo último que quedó de Elena. La carretera se le presentó insoportable. Demasiado por recorrer y sin saber a dónde ir. Al fondo un horizonte estrellado. Apretó con ambos pies el acelerador. Cerró los ojos. Alonso le rozaba el cuello con ambas manos, quiso estrangularla. Elena extendió los brazos y sintió el vació en el estómago al caer por el precipicio.