sábado, 30 de enero de 2010

IN-CULTURA METRO

“Las leyes inútiles debilitan las necesarias”

Baltasar Gracián

El primer metro de la tarde pasó sin detenerse (por esto de los trenes expresos que hace unos meses se implementaron en la ciudad), lo observé y seguí conversando alegremente con Caliche sobre el color de los techos de las casas que alcanzábamos a vislumbrar desde la estación. La tarde se extinguía en un maravilloso cielo azul y un segundo metro se detuvo sobre la plataforma. Se abrieron las puertas y “señor usuario recuerde que dejar salir es entrar más rápido”, se cerraron las puertas y se alejó. Miré el reloj, aún teníamos tiempo, seguimos hablando. Sus ojos brillaron cuando me miró en el atardecer.

El tercer tren apareció de pronto, como salido de un túnel, no sabíamos cuánto tiempo había pasado entre las palabras que contábamos. Me miró directo a los ojos y se acercó lentamente, se abrieron las puertas, sonreí con pena, se cerraron. El metro avanzó despacio hacia la próxima estación y sentí sus labios muy cerca a los míos, los vagones se alejaron con más rapidez y

-Disculpen ¿Están esperando a alguien?

Un policía en verde interrumpió la escena y nos dejó sin aire.

- Sí, ya debe estar que llega.

- Lo que pasa es que en este lugar no pueden esperar, deben salirse de la plataforma. Son las reglas.

Me sentí observada por todos los que esperaban el tren en la estación del frente, observada por las cámaras de seguridad como si fuera una delincuente. ¿Qué de malo hay con sentarse a esperar en las sillas del Metro? ¿No están hechas pues para esto?


Es cierto que la muy conocida Cultura Metro se hace necesaria para la educación de una sociedad que, como la nuestra, llega virgen a la utilización de un sistema integrado de transporte. Con ella se busca la “construcción de una nueva cultura ciudadana que convoque a la convivencia en armonía”. En el momento en que comienza a funcionar el metro, se hace necesaria la adecuación de una cultura que lleve a los usuarios de la mano, que los estandarice dentro de parámetros que buscan unidad y ordenamiento social.

Bien se sabía que la cultura paisa es bastante complicada y que las infraestructuras públicas podrían verse afectadas si no se implementaba un sistema de propaganda capaz de modificar las actitudes y modelos de acción, propios de esta región del país. No es necesario hacer un estudio exhaustivo para darnos cuenta de cómo somos: afanados y acelerados, siempre queremos entrar de primeros, no respetamos los puestos, somos individualistas, nuestra pujanza nos ha enseñado a llevarnos (cuando así lo requiera la ocasión) por delante a quien se atraviese. Hablamos duro, gritamos por naturaleza, somos afectuosos, cantamos a todo pulmón si algo nos emociona, a los paisas no nos da pena pelear en público ni abrazarnos con cariño. Es cierto que somos tercos y desordenados. Pero es cierto también que cuando queremos algo, lo defendemos y cuidamos.

Las normas del metro son fundamentales para la constitución de una cultura necesaria: es cierto que debemos estar siempre detrás de la línea amarilla, que dejar salir es entrar más rápido y que cuando subimos las escaleras debemos hacerlo por el lado correcto, para evitar aglomeraciones. Es indiscutible que las mujeres en embarazo deben ser tratadas con preferencia, al igual que los ancianos y las personas con alguna discapacidad. Pero ¿y qué problema hay con la música dentro del Metro?


Al ser un sistema masivo de Transporte, El Metro de Medellín requiere de estas pautas de comportamiento, para poder mantener bajo control la situación, bien se sabe además el peligro que puede representar unas vías de metro, sin la clara apropiación del usuario. Pero tampoco puede convertirse en un apaciguador y anulador de la cultura. Que no se tire basura es una cosa, pero que no se pueda comer es otra. Es una total vigilancia, una férrea doctrina que busca convertirnos, al momento en que estamos dentro del Metro, en seres carentes de emociones.

El hecho de que exista una norma que prohíba sentarse sobre la plataforma del metro es incuestionable: al ser un espacio destinado para el constante flujo de personas se deben evitar los obstáculos en caso de presentarse una evacuación de emergencia, pero el hecho de no poder sentarse en las bancas del Metro a esperar porque “el reglamento dice que sólo se puede esperar tres metros”, es un poco pasado. Si la Cultura Metro pretende expandirse a otras partes de la ciudad diferentes a las estaciones, el Metro bien debería apropiar dinámicas urbanas dentro de sus asépticas estaciones.

El Metro es reflejo de nuestra cultura. Pero como espejo, lo único que muestra es un desfile apático de seres estandarizados e invisibles. ¿Dónde queda la calidez que caracteriza nuestra cultura? ¿El sano jolgorio? ¿La alegría que tanto admiran los extranjeros? Yo descubrí que el Metro no es un lugar de encuentro, no convoca, no acoge como lugar urbano al que pueda dotarse de vocación. Si no me puedo enamorar en el Metro ¿qué me queda?

Nos dirigimos hacia la plataforma externa. Recostados contra la pared él me tomó de la mano. Ya no había ningún atardecer, me miró directamente a los ojos y dijo

- ¿Qué te parece si caminamos?