viernes, 21 de enero de 2011

"¡Qué pudiéramos volar!"


El timbre de la puerta la despertó. Era Darío, quien con sus inmensos ojos miel le dijo "que yo te invito a un concurso de aviones de papel". Alejandra, en un intento por parecer natural a semejante hora del día, apartó sus ojos de los rayos de luz y entrecerrando los párpados y arrugando la nariz le sonrío. Con todos los dientes le dijo que "sí, que vamos". En un parpadeo subieron corriendo hasta el último piso para escribir en hojas de papel sus palabras dulces.

"Que el cielo sea verde", "que los dinosaurios existan", "que la sopa sea de cereal", "que el amor no duela"... y comenzaron a construir aviones con sus deseos. Alejandra quedó absorta en los pájaros de papel que volaban hacia el suelo que para ella era un cielo engramado, un cielo verde. Darío escribió un mensaje secreto que lanzó con rápidez al firmamento.

Alejandra le miró los ojos, las pecas de la nariz. Él notó sus dientes un poco torcidos, el aliento a barrilete y el lunar que tiene en la punta de la nariz. Soltaron una carcajada al viento y salieron corriendo escaleras abajo a ver cuál de los dos alcanzaba a cojer más deseos de papel antes de que aterrizaran. El tiempo pasó. Entierrados y exhaustos de tanto correr, gritar, saltar y caer, decidieron acostarse sobre el prado con las narices al cielo. La noche aterrizó en sus frentes y Alejandra se puso en pie. Las estrellas le anunciaban la hora de regreso a casa: las tareas, el chocolate caliente, su papá en la puerta esperando con el reloj reflejado en las pupilas. Salió corriendo. Darío la vio alejarse: su colita de caballo al viento, los cordones desamarrados, la sonrisa que alcanzó a darle cuando se voltió para gritarle "Mañana nos vemos" y desaparecer por el camino de piedra. Darío no quería volver a casa. Tenía muchas historias que contarle, contarle por ejemplo que a su perro Rex le habían encontrado dos garrapatas esa mañana, o que odiaba su clase de artística, contarle por ejemplo que a veces, sólo a veces, quería jugar con ella por siempre. Dio media vuelta y salió corriendo. Decidió tomar un atajo para llegar más rápido a casa. 

"Engarzado entre las hojas de un árbol, al vaiven del viento y esperando no estrellarse todavía contra el suelo, cuelga una esperanza de papel, una ilusión hecha avión que reza en letra rápida y temblorosa: 'Que me des un beso'"

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