martes, 29 de diciembre de 2015

Caracoles para no olvidar Vol. 2


Antes que nada, quisiera agradecer, en nombre de la Familia Cruz Correa, Mi familia,  a cada una de las personas y amigos que con su presencia, mensajes y manifestaciones de cariño se han hecho presente y nos acompañan en espíritu en este camino que hoy nos reúne y que como grupo familiar iniciamos. Gracias de corazón.



Voy a empezar estas letras, y esta intervención, tomando prestadas algunas palabras ya dichas y escritas en otros tiempos, en otros dolores y por otras personas. Que sean ellas – las palabras-  las que nos sanen, las que nos entreguen en su alma, la tranquilidad y el amor para reunirnos bajo un mismo cielo, ese que hoy nos convoca, y que aunque azul e indiferente, nos acompaña para que esta meditación sea un consuelo.

Hoy sabemos, y esto es gracias a mi abuelo, que no dejamos de ser ni desaparecemos al partir de este mundo, porque como dice Mauriac, La muerte no nos está robando a ningún ser querido. No nos han arrebatado a nadie. No se ha ido. Al contrario. Aún permanece. Hoy hay un Ángel que se guarda e inmortaliza en el recuerdo. Ese recuerdo que cargamos todos y cada uno de nosotros en mitad del pecho. Debajo de la Lengua y En el corazón.



Que sean las palabras, las benditas y precisas palabras las que hoy guíen y acompañen la memoria y la presencia de la Abuela Helena. Que sean las palabras esos ríos sanadores que den luz a mis tios: Martha, Clara, Miguel, Edna, Carlos y a mi mamá Luz Elena. En ustedes queda vivo el legado de quien les dio su mano al nacer. El fue ese tronco invulnerable, y ustedes las ramas que hoy al viento del cambio se sacuden. Que sea pues esta una danza invencible para gritarle a las generaciones venideras: El amor y la humildad es posible. Lo aprendimos de él, y vamos a ir dejando pedacitos de amor, en su nombre, por todo el mundo.



El vive aquí, Jamás será el olvido. Camina entre nosotros y nos envuelve con su increíble manto. Esa misma protección que en vida nos dio a través de sus manos gigantes. Abiertas. Siempre dispuestas a dar y a convidar. A Sanar y a suturar. A decir vida con los dedos. Benditas Manos abuelo. Riega sobre nosotros entonces ahora tus bendiciones. Porque aquí estás: en la sonrisa firme de los pequeños de la familia. Mario, Diego, Oriana, Gabriela y Alejandra. Ahora es el momento de enaltecer la cruz que llevamos en la sangre. A través de la constancia y el trabajo. El no se ha ido. Está aquí, justo aquí en la mirada clara de sus nueras, Nana y Adrianita, en el empuje de sus yernos, Diego y Gustavo. En la tenacidad de Tatiana, de Lina y Daniel. Vive en nosotros.


Abuelo: Hoy tenemos, y nos basta, con los árboles al viento que sembramos y sembraremos en tu nombre, y las fotos amarillas que guardamos entre las pupilas gracias a tus historias.

Los cerezos del Japón en invierno, la neblina del Tibet, tu sombrero infinito. El matrimonio a escondidas. Tu viejita. Tu eterna viejita. La que es hermana, hija, madre y esposa. Tu compañera de viaje. Ella y siempre ella. Jorge y sus deseos de hacerla monja.  Los cigarrillos Kent, el Palacio en llamas, Gaitán tirado en el suelo, el cenicero a reventar, los juegos de cartas interminables, el internado ardiendo, tu casita de campo, el moño inmenso sobre la cabeza de rizos dorados que te enamoró. El vestidito blanco, tu dedo en la boca y tus ojitos cerrándose para volver a nacer.




Hoy te vemos partir entre la esponja de arena blanca que precede la inmensa llanura azul. Azul petróleo olivado, Azul de promesas rotas, azul verde, azul espera. Esperanza. El muelle eterno se pierde en el horizonte. Tus ojos se entrecierran al contacto amarilloso de las motas de luz que se cuelan por entre los párpados. Estás de pie, eres una hermosa sombra azulosa confundiéndose en el cielo. Un ángel perdido en el desierto. Un pecador. La abuela hoy nos sostiene en sus brazos y sonríe al infinito. Caminamos sobre el puente de madera hacia el futuro.

Tal y como siempre nos lo dijiste y se lo repetiste a la Tía, venimos a este mundo en comunión. Unos con otros. Espéranos abuelo que nos volveremos a encontrar.

Sólo existimos en este instante en el que el sol desgaja lunares de mandarina sobre el agua. Y aquí estamos. En el medio. Y no recuerdo esa palabra, no logro recordar cómo se dice cuando la luz que cae sobre el agua es suave y es hermosa y es dulce. Sobretodo dulce.

Después de todo, tal y como lo dijo Benedetti, La muerte es sólo un síntoma de que hubo vida. Muchas gracias.




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