jueves, 26 de agosto de 2010

BLUES DE MEDIANOCHE


Si alguna vez navegas por estas turbias aguas insospechadas, espero que encuentres mis palabras anudadas en un coro hipnotizante. Esta noche grito a los tiempos venideros la desdicha que siento por tu partida. Con las algas hasta el cuello voy a escupir este canto que suena como el coral que rasga su piel sobre una roca. Cierra los ojos y escucha lo que tengo para decirte: percibe el seseo en la distancia, la nota falseada, el grito ahogado y el canto entumido. El gris de la neblina marina en mi garganta le da el blues a estas palabras. Hoy soy una sirena perdida en las aguas del tiempo y vos, el marinero idiota que decidió esconderse bajo sus harapos para no enamorarse.

Maldito tiempo.

Bendito tiempo.

Tú solías colgarte en un mástil viejo, lo recuerdo. Te recuerdo. Con los brazos y las piernas apresados bajo una gruesa liana esperabas por mí. Les gritabas a los demás que te dejaran solo, que se fueran, que corrieran por sus vidas para no ahogarse en mi melodía. Ellos te abandonaban como se abandona un loco a su suerte, y tú sonreías con el paraíso a tus pies. A pesar de todo permaneciste. Siempre en el mástil, siempre en otoño. Fuiste valiente como para enfrentarte a mí. Aun sabiendo que mi canto te llevaba a una muerte segura, quisiste escucharme. Quisiste sentirme.

Lo peor fue que enfurecí. Quien osa sumergirse en mi garganta, debe pagar el precio de ser sólo mío. Y vos fuiste un tonto. Quisiste engañarme con tu liana al pecho, y yo no soporté el desprecio de tus ojos al cerrarse para caer en un dulce sueño tras mi partida. El sol y las gaviotas te daban los buenos días y yo prometí vengarme. ¡Nadie se burla de mí!

Si me escuchas, así sea una sola vez, ya me perteneces. Son las leyes de la naturaleza… de mi naturaleza. Así que si has partido, es evidente que debo matarte. Podría ir hasta los confines del universo sólo para tomar tu cabecita entre mis manos, mirarte a los ojos por última vez y robarte el aliento. Sonreírte con una veta de ironía colgada entre mis dientes y decirte al oído susurrante: “Amor mío, cómo me gusta el azul de tu rostro”.


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