Esta pequeña,
muy pequeña libreta,
me la regaló La Fichina,
una niña de ojitos brillantes que se pierden en el norte y en el sur.
Estas letras en particular me hicieron un alto en el camino:
por el globo fraccionado, el cielo blanco,
las manchas del tiempo y el tríptico inconstante.
No son imposibles Vendaval, no son lejanos.
El cielo no es más que un espacio de un azul infinito,
una nebulosa llena de estrellas y cuerpos desconocidos.
Una cortina por la que nos espían los dioses.
Una sábana larga en donde duermen los deseos.
Los sueños - posibles e imposibles- los guardamos en mitad del pecho,
en la garganta
y en la voz.
muy pequeña libreta,
me la regaló La Fichina,
una niña de ojitos brillantes que se pierden en el norte y en el sur.
Estas letras en particular me hicieron un alto en el camino:
por el globo fraccionado, el cielo blanco,
las manchas del tiempo y el tríptico inconstante.
No son imposibles Vendaval, no son lejanos.
El cielo no es más que un espacio de un azul infinito,
una nebulosa llena de estrellas y cuerpos desconocidos.
Una cortina por la que nos espían los dioses.
Una sábana larga en donde duermen los deseos.
Los sueños - posibles e imposibles- los guardamos en mitad del pecho,
en la garganta
y en la voz.
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