A mí su voz se me apetece cercana y las palabras que ella enreda entre las cuerdas de su guitarra, son las mismas palabras que a mí me gustaba enredar entre las hebras de mi cabello: mar, sal y arena, algodón, ron, vela y espera. Tierra, garganta, sangre, piedra y madera.
La conocí en mi viaje a Cleveland, no había llegado el Otoño
y Marta ya calentaba con su voz rasgada la inmensidad de esa llanura que se me
antojaba propia. Marta es toda semilla, toda naranja verde, camino rojo y café
oscuro. Mujer de Otoño y ojos grandes. Con las manos cansadas de tanto rasgar
con su guitarra las coplas de una historia que a todos nos cuesta en la memoria.
Marta vive con un país atravesado en la garganta que le
salta por los poros como una rana en miniatura de mil colores, un pedacito de
patria que en sus ojos castaño oscuro salta como una piedra que da tres tumbos
sobre el agua. Son sus ojos el reflejo que deja esa madre piedra enclaustrada
en sus pupilas de avellana.
A mi ella me recuerda una canción de cuna que tenía un
antifaz, algo de mirella y mucha caña de azúcar. No me preguntés cómo se llama,
sólo sé que la oí en el valle del cauca. Escuchando su voz de algodón inventada
la traje hasta Medellín. Sé que era ella, la que habla del tejido y de la luna.
La que carga en su vientre los restos de esta tierra que poquito a poco se ha
ido muriendo. Estoy seguro que era ella. Ella cantaba de arlequines y una
cajita llena de antifaces. Fue una de sus primeras canciones. Estoy segura.
Para Escucharla: http://www.martagomez.com/