viernes, 28 de mayo de 2010
CURIOSIDAD
JUSTO EN LA PUNTA DE TU LENGUA
viernes, 14 de mayo de 2010
ABAJO Y A LA IZQUIERDA
La primera vez que me mostró sus dientes estábamos sentados detrás del Museo, llevábamos tiempo de conocernos y uno que otro silencio incómodo encima.
Sólo lo tenía por dos cigarrillos después de clase, y se paraba sin decir nada. Como dije, la primera vez que me sonrió estábamos sentados en la manga. Después de tantos mutismos con dos de azúcar, un día decidió fumarse su par detrás del Museo y sin que me lo pidiera lo acompañé. Se recostó en un guayacán que no florecía desde que comenzamos semestre y yo me acosté esperando cualquier cosa menos una palabra que proviniera de sus labios.
— Estoy fumando — contestó con la mirada fija en una estudiante de artes que pasaba en ese instante con una falda verde sobre una trusa negra.
— No. En la vida — repliqué mientras observaba las costillas de la bailarina perdida que caminaba hacia la biblioteca.
—Vivo. ¿Y vos? — me dijo con todos los dientes.
— Vivo — le respondí también con todos los dientes.
Ese día me contó que Silvia, su mamá, le dijo que las mujeres se conocían por la longitud de sus medias. Si eran hasta el tobillo, la mitad de la pantorrilla o del muslo. Que él sólo quería saber, si además de lapiceros, yo también mordía alguna otra cosa. Me explicó que siempre comparaba las medias de toda mujer que conocía con las de Silvia: a medio muslo, con liguero y encaje.
— Sin justificaciones linda… la vida es sin justificaciones.
— ¿Cómo así?, ¿No me vas a contestar? — le dije mientras recibía el tinto caliente y el palito de queso.
— No tengo por qué explicarte, no tengo por qué justificarme ante vos… —
Abrí los ojos y le saqué la lengua…
—…ni ante nadie. Entendé que lo que hacemos ya está más que razonado en las paredes de esta universidad. ¿Acaso necesitás que te aburra con mis palabras sin sentido sobre el comunismo y la igualdad social? … a eso que murmuran las paredes en silencio le falta mi voz… tu voz y una que otra voz que también lo quiera gritar – decía mientras golpeaba la punta del cigarrillo contra su reloj.
— Es imposible que las palabras nos salven de lo inevitable — le dije mientras los dos cubos de azúcar se desintegraban en el café.
— No sé como lo hacen… pero logran albergarnos… y con eso basta.
Guardé la moneda en mi chaqueta y corrí. Corrí como siguiendo un camino negro que nunca terminaría, corrí sabiendo que un fantasma inexistente volaba tras de mí y me iba a volar los sesos. Los tobillos se me hincharon, el agua se agazapaba hasta en mis orejas y las lágrimas nublaron el horizonte. Me desmayé antes de encontrarlo tendido en el asfalto. Esa noche descubrí que, definitivamente, yo no servía para correr.
Dos meses después el Presidente de
A lucho lo mataron en la mitad de su única revolución. La revolución absurda que estuvo dispuesto a luchar hasta el final. Gritó todo lo que los otros callaron, atesoró lo que los demás intercambiaron en los parques, repartió pedazos de sueños rotos entre corazones sin ideales.